La Excursión: Relato de suspense, terror y misterio

 La excursión


        Alicia y María viajaban de noche de camino a la playa de Santa Teresa. Habían decidido madrugar y salir a las dos de la mañana para llegar a la playa a primera hora de la mañana, ya que era un viaje de cinco horas sin contar paradas.  Alicia conducía su viejo Renault Megane del 2002. Después de llevar dos horas de viaje, transitaban una oscura carretera secundaria. Las luces de los faros del coche proporcionaban la única iluminación a esa oscura y cerrada noche. 
    —Creo que tenías razón sobre este viaje —dijo Alicia—. Me vendrá bien a mí y a nosotras para volver a estar como antes.
    —Y eso que todavía no ha empezado —dijo María.
   —Te agradezco que accedieras a darme otra oportunidad. Sé que abandoné nuestra amistad cuando estaba en la relación con Alberto. Aunque la culpa es mía y lo asumo, él era una persona muy posesiva y yo diría que hasta obsesiva.
    —Tranquila, ya lo sé. Todo está olvidado. Ahora pon música y vamos a animarnos.
    Alicia sonrió y encendió la radio. Sonaba el tema I’ll be there for you de Bon Jovi. Ambas se miraron y, tras unos segundos, se echaron a reír. María subió el volumen y la cantaron gritando como si no importase nada más.
    —Qué raro —dijo Alicia—. Creía que había más gasolina. Llené el depósito ayer para tenerlo a punto para hoy. Habrá que parar. Mira a ver si ves alguna gasolinera cerca.
    —Voy —dijo María.
    María cogió el móvil de Alicia que estaban usando como GPS y buscó por la ruta alguna gasolinera.
    —Estamos alejados de la mano de Dios —observó María—. Hay una gasolinera a unos treinta kilómetros.
    —Vale, nos sirve. No entiendo por qué el GPS nos habrá traído por carreteras secundarias. Estará mal configurado supongo.
      —Hoy comienza un puente. Quizá lo tienes configurado para evitar atascos y por eso te ha traído por aquí.
        —Ni idea. 
   Unos veinte minutos después, llegaron a la gasolinera indicada por el GPS. Aquel lugar parecía solitario y desértico. Detuvieron el vehículo al lado de uno de los tanques para repostar y se bajaron. Únicamente había un vehículo aparcado y apartado de la zona para repostar; ambas pensaron que sería el coche del empleado de la gasolinera.
   La noche era fría, aunque no en exceso. Notaron una tormenta a lo lejos, acercándose. Truenos lejanos. 
    —Voy a aprovechar para ir al baño —dijo María.
    —Vale —respondió Alicia—. Yo creo que aguantaré hasta la siguiente parada. —Añadió.
    María se alejó hacia el establecimiento y Alicia inició la maniobra de repostaje. Mientras se llenaba el depósito, Alicia observó más detenidamente aquel lugar. A pesar de estar bien iluminado, ese sitio transmitía una sensación lúgubre y siniestra. Solo se podía escuchar el sonido del tanque que repostaba el vehículo, los lejanos truenos y el ligero sonido chispeante de la luz de aquel lugar que parpadeaba en ocasiones.
    Cuando el depósito se llenó, Alicia fue al interior del establecimiento para pagar la cuenta al empleado de la gasolinera. El empleado era de unos treinta años, moreno y con una poblada barba. Alicia pagó treinta euros por la gasolina y salió del establecimiento hacia el vehículo para esperar a María y continuar el viaje. Al salir, el vehículo que estaba aparcado abandonaba el lugar.
    Pasaron quince minutos y María aún no había salido. Alicia pensó que podría tratarse de aguas mayores y esperó un poco más. Diez minutos más y ninguna señal de María. Alicia se dirigió de nuevo al interior de la gasolinera y preguntó por el baño. Siguió la indicación que le dio el empleado y entró en los baños. No eran muy grandes; tenían cuatro compartimentos individuales y en la pared opuesta una hilera de lavabos con un espejo grande. Revisó los cuatro compartimentos y allí no había nadie. Ni rastro de María.
      Salió de los baños y preguntó al empleado. Él dijo que no había visto a nadie entrar y que ella era la única persona que había entrado al establecimiento en las últimas dos horas. Alicia le pidió revisar las cámaras y él respondió que no tenía acceso a las grabaciones. A las cámaras solo podía acceder la policía por motivos de seguridad. Alicia pensó que podía ser verdad, pero que también podía estar mintiendo, así que decidió salir para llamar a la policía. Al salir, recordó también a aquel vehículo aparcado cuando llegaron y antes de llamar a la policía decidió preguntar al empleado por dicho vehículo, pero, pensándolo durante unos instantes, asumió que aquel vehículo se encontraba lo bastante lejos como para aparecer en las grabaciones. Sacó su teléfono móvil y marcó el 091. Explicó el caso a la policía, incluido lo del coche aparcado, y le dijeron que el pueblo más cercano tenía las unidades ocupadas, pero que enviarían una lo antes posible. Eso significaba horas de espera en aquella gasolinera. Se dirigió a su auto para esperar en el interior. Al sacar las llaves, descubrió que temblaba más de lo que creía. Estaba realmente asustada. Entró al interior del coche y bajó los seguros. Se acomodó en el asiento del conductor, apoyó su cabeza contra el volante y suspiró. Aún no se creía aquella situación. Al cabo de unos quince minutos, sonó su teléfono móvil. Se trataba de un número desconocido. Respondió.
    —¿Alicia? —preguntó una voz grave desde el otro lado de la línea.
    —Sí, soy yo —respondió.
    —Soy de la policía, me han pasado su caso. Ahora mismo estamos en una emergencia, pero iré en cuanto pueda. 
    —Mi amiga ha desaparecido. ¡Podría haber sido secuestrada y quién sabe lo que la estarán haciendo ahora mismo! —Gritó al borde de las lágrimas.
  —Lo entiendo, Alicia. Necesito que se tranquilice. Somos una comunidad de pueblos pequeños y disponemos de pocos recursos. No puede abandonar la zona porque necesitaremos su testimonio de manera precisa, pero tampoco puede esperar ahí toda la noche. Hay un motel de carretera a pocos kilómetros de esa gasolinera. Alquile una habitación y descanse. Nosotros nos haremos cargo de la factura, no se preocupe. En cuanto pueda iré al motel a buscarla e iremos a la gasolinera. ¿Te parece bien, Alicia?
    —Vale —dijo Alicia intentando tranquilizarse.
    —Gracias, Alicia. Nos vemos luego. Adiós.
    Alicia colgó.  
    Arrancó el motor y se dispuso a ir al motel que el policía le había indicado. Avanzó durante quince minutos por la oscura carretera hasta que vio el luminoso letrero con la palabra Motel parpadeando, probablemente debido a un fallo eléctrico del letrero. Entró en el aparcamiento y detuvo el vehículo en uno de los huecos para estacionar. Únicamente había aparcada una camioneta en todo el aparcamiento, seguramente del dueño. El motel constaba de una única planta divida en tres hileras con seis habitaciones cada una. A pesar de que era un motel antiguo, también denotaba dejadez en su cuidado. Alicia pensó que no dormiría sola pues las cucarachas seguramente serían sus compañeras de habitación. Al bajarse del coche, pudo escuchar un trueno más cercano y ruidoso que los anteriores, lo cual indicaba que la tormenta se estaba acercando. 
    Se dirigió hacia la recepción, que constaba de un pequeño edificio también de una planta, y entró. Un señor con un palillo en la boca, calvo, regordete y con una camisa de cuadros desabrochada para dejar ver su camiseta interior, se encontraba tras el mostrador. Detrás de él tenía un mueble con las llaves puestas en cada hueco con un número de habitación. Todas estaban libres. Alicia pagó veinte euros en efectivo y el señor le dio unas llaves con un llavero que contenía el número nueve. Era un hombre de unos cincuenta años y de pocas palabras; se notaba que tenía las mismas ganas de estar allí que Alicia. La joven salió de la recepción y se dirigió a su habitación, la número nueve. 
    Abrió la puerta de su habitación dándole un pequeño empujón tras girar la llave y las bisagras crujieron haciendo un ruido duradero acompañando al movimiento de la puerta mientras se abría. Encendió la luz y, para su sorpresa, parecía lo bastante limpio como para pensar que se libraría de las cucarachas. La cama estaba a la derecha muy cerca de la puerta, había una tele enfrente de la cama y el baño estaba enfrente a la derecha. La habitación era bastante pequeña. Alicia dejó su maleta al lado de la cama y no se molestó en sacar nada de ella con la esperanza de que su estancia allí durase menos de lo previsto. Fue al baño y se lavó la cara con agua para despejarse, le dolía la cabeza. Se dejó caer de espaldas encima de la cama y resopló mirando al techo. Cerró los ojos para intentar dormir y al cabo de unos minutos alguien llamó a la puerta. Tres contundentes golpes. Alicia abrió los ojos de golpe y se sobresaltó. 
    Alicia miró por la ventana, que tenía persianas venecianas, y entre los huecos no vio a nadie. Se levantó, abrió la puerta y miró a ambos lados. Allí no había nadie. «Genial, ahora sí que no podré dormir.» pensó Alicia. Cerró la puerta de nuevo y se volvió a tumbar. Cuando estaba tratando de relajarse de nuevo, notó como unos pasos se acercaban hacia la puerta por el exterior. Alicia se incorporó en la cama y pensó que volverían a llamar. Nadie llamó. Esperó unos segundos más y la puerta no emitió ningún ruido. Miró a la parte inferior de la puerta, por el suelo. La puerta no cerraba herméticamente y tenía un pequeño espacio entre esta y el suelo, permitiendo la entrada de aire y la luz del exterior. A través de esa pequeña rendija, vio una sombra que se proyectaba. Había alguien ahí parado. Alicia acercó el oído a la puerta y pudo escuchar una profunda respiración. La figura inspiraba y espiraba aire lentamente. Alicia se asustó y retrocedió. Fue hasta la mesita de noche, cogió el teléfono y pulsó la tecla de llamar a recepción. Nadie contestó. 
    Alicia colgó el teléfono bruscamente entrada en pánico. Miró hacia la parte inferior de la puerta y la sombra de aquella figura ya no estaba. Se acercó hacia la ventana y se asomó a través de las cortinas como hizo la primera vez. Allí no había nadie. «Alicia», se dijo. «Sabes perfectamente que las situaciones de estrés pueden sugestionarte para creer cosas que no son reales», se intentó autoconvencer. Aún así, la realidad era que su amiga había desaparecido y que era evidente que estaban pasando cosas extrañas. Decidió salir para ir a recepción y contárselo al hombre para que hiciera algo. 
     Salió de la habitación y se dirigió hacia recepción. En mitad del camino se detuvo y le vino una perturbadora pregunta a la mente: ¿Y si el que hizo aquello era el recepcionista? No se encontraba en recepción cuando llamó, podría ser él. Alicia se quedó inmóvil. En aquel momento, se sintió observada. Miró a su alrededor asustada. De repente, vio algo que le heló la sangre. El coche que estaba aparcado en la gasolinera se encontraba aparcado en el bloque de habitaciones de la izquierda. Alicia comenzó a temblar y a sollozar. «Piensa, Alicia.», se dijo. En unos segundos, Alicia dedujo que ese coche había llegado después que ella y por lo tanto no podría ser del recepcionista. Además, el recepcionista tendría las llaves de la habitación y podría haber entrado si hubiera querido. Decidió ir con el recepcionista y reanudó su marcha. 
     Al entrar en recepción, el señor allí encargado, o incluso podría ser el propietario de aquel tugurio, estaba con el teléfono en la oreja.
     —¿Habías llamado? —preguntó el señor—. Te estaba devolviendo la llamada. Perdona, pero estaba en el almacén con el inventario.
    —Sí. Llamé porque alguien estuvo en mi puerta haciendo cosas raras.
    Alicia le explicó al hombre todo lo sucedido, incluso lo de su amiga.
     —Puede que haya sido el nuevo cliente. Llegó poco después que tú. 
    —¿Qué aspecto tenía?
    —Pues ahora que lo preguntas, fue un poco raro. El tipo llevaba una gorra y estuvo todo el tiempo con la cabeza un poco agachada. No pude verle la cara. Llevaba un abrigo oscuro y creo que barba. Está alojado en la habitación número cuatro. Mira, haremos una cosa, niña. Ese hombre tampoco ha hecho nada para que tomemos medidas. El tipo quizá se equivocó o simplemente quería tu ayuda para algo. No intentó entrar ni nada por el estilo. Así que vete a tu habitación, descansa e intenta dormir y si vuelve a molestarte me llamas y yo mismo iré a cantarle las cuarenta a su habitación o donde esté en ese momento. Te prometo que esta vez estaré pendiente del teléfono, ¿de acuerdo?
    Alicia asintió.
    —Me llamo Max, por cierto.
    Alicia sonrió levemente y abandonó la recepción. Se sentía algo más tranquila y relajada después de hablar con Max. Al final resultó ser algo más simpático de lo que pareció al principio. Cruzó la esplanada para dirigirse a su bloque de habitaciones y, cuando le quedaban escasos diez metros, se detuvo petrificada. La puerta estaba abierta. ¿Se la había dejado ella con las prisas y la tensión del momento? No estaba segura, pero tenía el ligero convencimiento de que la había cerrado al salir. Retrocedió lentamente hacia la recepción y entró de nuevo.
    —¿Qué te pasa, Alicia? —preguntó Max—. Estás blanca.
    —La puerta de mi habitación está abierta. Creo que ha entrado alguien.
    —¿Estás segura de que no la dejaste abierta tú? Estabas muy asustada y se te pudo pasar.
    —No lo sé —Alicia comenzó a llorar.
    —¡Ey! —exclamó Max—. Tranquila, niña. —Añadió mientras salía de detrás del mostrador. Se acercó a ella y la abrazó.
    —Iré a comprobarlo, ¿de acuerdo? —preguntó Max.
    Alicia simplemente asintió sollozando. Max se dirigió al mostrador y sacó una escopeta. Alicia odiaba las armas, pero en aquel momento ese odio se desvaneció completamente y una sensación de tranquilidad la invadió de golpe. 
  —No tienes idea de la gente rara que pasa por aquí, sobre todo de noche —dijo Max justificando el hecho de tener el arma ahí—. Más vale prevenir.
    —Iré contigo. No quiero quedarme aquí sola.
    —¿Estás segura?
    Alicia asintió.
    Ambos salieron de la recepción en dirección a la habitación número nueve. A unos siete metros de la puerta, Max se detuvo.
    —Espera aquí —dijo Max—. Si oyes algo extraño, ve a la recepción, enciérrate allí y vuelve a llamar a la policía.
    —De acuerdo —dijo Alicia que de nuevo comenzaba a estar aterrorizada.
    Max se dirigió al interior de la habitación mientras preguntaba que si había alguien ahí y Alicia retrocedió unos pasos. En ese momento, el móvil de Alicia comenzó a vibrar en su bolsillo. Otro número que no conocía. Alicia contestó.
    —¿Alicia? —preguntó una voz joven y femenina.
    —Sí, soy yo.
    —Soy la inspectora jefa Martínez de la policía local de Los Robles. Recibimos su denuncia y estamos en la gasolinera, ¿Dónde se encuentra usted?
    —En el motel que me dijeron cuando me llamaron antes.
   —Que yo sepa nosotros no te hemos llamado. Yo me he encargado de tu caso desde el principio.
    Alicia se quedó congelada. ¿Quién la había llamado entonces?
    —Me llamaron de la policía, o eso dijeron, y me mandaron a descansar a un motel que está a unos pocos kilómetros de la gasolinera.
    —Nosotros no hemos sido, Alicia. ¿Puede venir aquí?
    —Sí, ahora mismo voy.
    En ese momento, los ojos de Alicia se abrieron como platos por algo que recordó. Las llaves estaban dentro de la habitación. Después, un disparo procedente de la escopeta en el interior de la habitación número nueve hizo que Alicia diese un sobresalto.
    —Alicia, ¿eso ha sido un disparo? —preguntó la inspectora Martínez.
    —¡Sí! ¡Vengan deprisa! ¡Hay alguien aquí que intenta matarnos!
    —Vamos para allá, Alicia. Póngase a cubierto y espere a que lleguemos. Tardaremos unos quince minutos.
    Alicia colgó el teléfono y fue corriendo hacia el interior de la recepción. Al entrar, echó el seguro de la puerta.
    —Alicia —dijo una voz femenina detrás de ella.
    Alicia se giró asustada. Se quedó perpleja al ver de quién se trataba.
    —¿María? —preguntó Alicia—. ¿Qué haces aquí? Creía que habías... —se detuvo al darse cuenta de que María llevaba un cuchillo en su mano derecha.
    En ese momento, alguien llamó a la puerta.
    —Él te lo explicará —dijo María mientras se acercaba a la puerta.
    —María, ¿Qué haces? No abras la...
    María abrió la puerta. Un trueno de la ya presente tormenta hizo retumbar la sala. El sonido de la lluvia se hizo evidente al abrirse la puerta y una figura entró al interior de la recepción.
    —¿Alberto? —preguntó Alicia sorprendida—. ¿Has sido tú el que ha hecho todo esto?
    —Bueno —contestó Alberto—. Con un poco de ayuda —dijo mirando hacia María.
    Alicia miró a María y esta la miró con rostro serio.
    —¿Tú me llamaste haciéndote pasar por policía para traerme aquí? —preguntó María de nuevo dirigiéndose hacia Alberto.
    —Correcto. Usando un modulador de voz. Ahora la IA hace maravillas con esas cosas —dijo Alberto sonriendo.
    —¿Qué es lo que quieres, Alberto? —preguntó Alicia atemorizada.
  —Que me des otra oportunidad, Alicia. No puedo vivir sin ti. No querías ni verme y te negabas a hablar conmigo. Ahora me escucharás —Explicó mientras mostraba la escopeta que llevaba Max.
    —¿Qué le has hecho a Max? —preguntó Alicia al ver la escopeta.
    —Si te refieres al recepcionista, le he rebanado el cuello —respondió Alberto con frialdad.
    Alicia se estremeció y retrocedió unos pasos.
    —Estás loco, Alberto —dijo Alicia—. ¿Y tú, María? ¿Por qué?
    —Me dejaste de lado cuando estabas con él —respondió María con rabia—. Me dejaste sola. Quiero que entiendas que no te puede salir gratis hacer esto a las personas, Alicia. 
    —Está bien, María —dijo Alicia asustada—. No volveré a hacerte eso. Pero no pienso volver contigo, Alberto.
    —No lo has entendido, Alicia. —Dijo Alberto muy tranquilo subiendo su arma para apuntar a Alicia—. O estás conmigo o no estarás con nadie.
    —Alberto —dijo María—. Dijimos que solo la asustaríamos para que entendiera. Creo que ya está bien.
    —No, no voy a volver a estar solo y mucho menos voy a volver a aquel hospital —respondió Alberto bastante cabreado.
    —Está bien, Alberto. —Dijo Alicia—. Volveré contigo, pero baja el arma.
    —No te creo. Solo quieres salvar tu vida. Me denunciarás a la policía y volverás a dejarme.
    —¡No! ¡No lo haré! ¡Te lo prometo! —gritó Alicia.
    —Adiós, Alicia. Te quiero —Alberto colocó el arma para disparar a Alicia.
    Alicia cerró los ojos y agachó la cabeza.
    Un disparo de escopeta retumbó en toda la habitación.
   Alicia despertó y se dio cuenta de que estaba en una habitación de hospital. Había una mujer morena, de unos cuarenta años, sentada a su lado.
    —Alicia, soy la inspectora jefa Martínez. Hablamos por teléfono, ¿recuerdas? 
    —Sí —respondió Alicia aún un poco mareada.
    —¿Cómo estás?
    —Bien, creo. ¿Qué ha pasado?
    —Te desmayaste debido a la presión y estrés del momento.
    —¿Dónde están María y Alberto?
    —Siento decirte esto, pero están muertos.
    Alicia se echó a llorar.
    —Se mataron entre ellos —comenzó a explicar la inspectora—. María le clavó un cuchillo en el cuello a Alberto y este le disparó con una escopeta en el pecho. María murió en el acto y Alberto se desangró poco a poco. Su cadáver estaba sobre ti, abrazándote.
    —María me salvó —susurró Alicia—. Alberto quería matarme.
    —¿Sabías que ambos estuvieron ingresados en un psiquiátrico?
    —No.
    —María sufre de esquizofrenia desde que era pequeña. Eras su única amiga de toda la vida y eso la llevó a sufrir nuevos episodios últimamente.
  —Sé que tomaba medicación y que cuando era pequeña estuvo ingresada en un hospital. Nunca me dijo de qué se trataba exactamente. ¿Y Alberto?
  —Sufrió un trastorno obsesivo compulsivo. Cuando le dejaste estuvo ingresado. Hemos revisado sus teléfonos y se pusieron en contacto para planear todo esto. 
    —¿Y pensaban que todo estaría bien después de todo? 
  —Bueno, Alicia. Eran personas con problemas psicológicos graves. En sus mentes, todo funciona de forma distinta. No ven las cosas como tú.
    La inspectora se levantó de la silla.
    —Tus padres llegarán enseguida. Ahora vendrá un médico a hacerte un chequeo. Cuando estés mejor, volveremos a hablar, ¿de acuerdo?
    Alicia asintió.
    —Ahora descansa, Alicia. Hasta luego.
    —Gracias, inspectora. Hasta luego
    La inspectora abandonó la habitación y Alicia se quedó pensativa. Se sentía aturdida y confusa como cuando despiertas de un sueño muy profundo. Deseaba que hubiera sido eso; un sueño. Pero todo fue muy real.
    
    ©J. Yuste

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